sábado, 30 de julio de 2011

viernes, 29 de julio de 2011

viernes, 8 de julio de 2011

De los tesoros robados, o de algo inquietante, por fin...

Eulalia irrumpió en la sala con los ojos desencajados. Con su pañuelo en la mano, y agitando los brazos como psicótica, se dirigió a Don Eusebio, que conversaba con otras feligresas un viernes por la tarde. Enseguida, todos hicieron un corro en torno a ella. Doña Brígida, cuyo cuello estaba rodeado de perlas en varias capas, se acercó con un vaso de agua y le preguntó: "Querida, ¿que ocurre? Parece que hubieras visto un fantasma". Eulalia, cuyo corazón se encontraba delicado después de varias operaciones, solo acertó a decir "Se lo han llevado", antes de desmayarse.
Atónita la audiencia, los cuchicheos, dimes y diretes aún continuaban cuando ella volvió en sí. Don Manuel, el médico, un hombre muy respetado estuvo presente e indicó: "Le tengo dicho, Eulalia, que no debe sofocarse ya que estos sustos no le van nada bien a su pertrechado corazón". Ella, con una mirada directa y un tono algo elevado para su habitual tono de voz, pero con la dureza típica de la gente del norte, afirmó: "Si usted hubiera visto lo que yo, no me hablaría de esa manera". Ella entonces comenzó a explicar que había acudido a la ermita, como cada jueves, a recoger la colecta y que, al abrir la reja, había descubierto que el santo no estaba. La ermita de San Roque, se encontraba en el monte abierto. Para acceder había que tomar un pequeño camino que salía desde el cementerio de la aldea. El camino, flanqueado por nogales centenarios en ambos lados era lugar frecuente de paseos y chismes de las mujeres que, ociosas, no encontraban mejor diversión. Al final, cerca del río, se ubicaba una pequeña laguna con nenúfares de color naranja, la cual era tan atractiva para los veraneantes para disfrutar de sus meriendas, como para los mosquitos en cuanto bajaba el sol. Todos ellos, siguiendo a Eulalia, se dirigieron a la ermita, para comprobar su razón. Y era cierto. La talla del siglo XI de San Roque con niño en brazos y perro expectante, había sido robada. Años más tarde se supo que el obispado había encargado una copia de la talla, que nunca sustituyó por la original para poner ésta a buen recaudo, no sé sabe muy bien por qué. Pero la historia aún perdura, pues nunca se supo quien fue ni que hizo con ella, y los niños aún juegan a detectives, tratando de averiguar qué ocurrió con San Roque.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/consejoeditorial/2011/07/08/moodys-no-ha-robado-el-codice-calixtino.html

miércoles, 6 de julio de 2011

Todos somos Miguel Angel...

Hace catorce años, ese mismo día era sábado. Tras acabar el instituto con unas notas no demasiado brillantes, y con las mates como compañía eterna durante casi todos los veranos, realizó un viaje con su familia a la playa. Su carácter, difícil por naturaleza, y acentuado por lo que llaman "edad del pavo" se hacía insufrible (eso decía su madre, aunque a él le parecía que no era para tanto), junto con un calor particularmente acusado en la costa blanca.
Solía ir solo, con la única compañía de un discman, a pasear por la playa. Y hacerse preguntas sobre temas sin importancia: ¿cuando saldrá el próximo Warcraft? ¿qué harán hoy las chicos? ¿estará Alba en la piscina con su bikini azul cielo? ¿Cómo demonios funcionan los neumáticos de lluvia? Cosas de los 16, o eso dicen.
Después de comer, acudieron como siempre a la playa para tomar un baño. Dicen que es la peor hora por los rayos UV y los posibles cortes de digestión, esos de los que se advierte en todos los telediarios desde el mes de junio hasta casi octubre. Pero era una hora como otra cualquiera. Él, distraido, fue a darse un baño, tras una buena ración de filetes rusos y un generoso vaso de salmorejo (receta especial de su madre). El agua estaba buenísima. Limpia y fresca. Sin espumas ni algas, ni restos humanos, aparentemente, de ningún tipo. Incluso cerca de las rocas, el agua rompía con fuerza y podían verse pequeños bancos de peces, tratando de alimentarse. Cuando salió del agua, se dirigió a la sombrilla "arco iris" y se tumbó al sol. Tiritaba. El agua estaba fría y se agolpaba en pequeñas gotitas empapando el bañador vaquero comprado en las rebajas, y que tardaba una eternidad en secar.
Su padre, con el transistor en la mano, parecía tranquilo. Incluso a punto de iniciar una de sus siestas. Pero de repente se levantó, se cubrió la cara con las manos y sólo pudo decir: "Lo han hecho, es increible". Eran cerca de las cinco de la tarde.
El chico se acercó y sorprendido preguntó: "¿Qué te pasa? ¿Qué han hecho? ¿A quienes te refieres?". Sin mediar palabra, el padre comenzó a recoger todo el campamento. Cuando casi había terminado, llegó la madre con la pequeña, se miraron y decidieron que era el momento de irse.
El joven adolescente no entendía nada, pero no dejó de preguntar durante el tiempo que pasó hasta que llegaron a casa. Una vez allí, siguió preguntado y se dió cuenta de que no estaba en el mundo. Estaba sí, pero no "del todo". Recogieron todas las cosas porque el fin de semana había terminado para todos ellos. De camino en el coche, el chico seguía preguntando, ávido de una información que estuvo largo tiempo a su alcance, pero que nunca se había interesado en asimilar. Entrando en Sevilla podía hacerse ya una pequeña idea de lo que ocurría, aunque entendió que era un comienzo. Su comienzo.