viernes, 19 de febrero de 2010

La igualdad aparente, o la desigualdad efectiva…

Tengo una amiga, que a su vez tiene un amigo que está separado y en plenos trámites de divorcio. Podría decirse eso de que “eran felices”, hasta que se hartaron de “comer perdices” todos los días del año. Hasta aquí todo normal. Es más, todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos conocido a alguien en esta situación. El problema, el de verdad, viene cuando hay niños de por medio.
Los procesos de ruptura suponen un momento de crisis personal profunda, de cambio, de miedo a lo desconocido, de incertidumbre, desconfianza y reproches, sobre todo, reproches. Y podría decirse que cuando hay “retoños” (o retoñas, como diría Bibi), estas sensaciones se multiplican por diez, y en algunos casos, por cien.
Aparte de este apunte, vuelvo a lo que iba, las separaciones, divorcios, rupturas y demás fracasos (porque son eso mismo, fracasos personales), conllevan desengaños, pérdida de confianza, tanto en la otra persona, como en uno mismo. Y este es el argumento principal. En esos momentos de “reconstrucción”, son absolutamente normales las discusiones, los reproches (utilizaré esta palabra mil veces en estas líneas) y a veces, los insultos. No es algo que sea justificable (el abuso verbal está feo), pero sí creo que comprensible.
En el caso que comentaba al principio, la ruptura no se debió a terceras personas, ni a problemas con las familias respectivas, ni a falta de entendimiento. De un día para otro “se les rompió el amor” y ella decidió que podía ser más feliz si le apartaba de su lado. Hasta aquí todo normal. Es entendible y absolutamente respetable que una persona “cambie de opinión”, aunque también es cierto que cada uno elige los momentos, las formas y sobre todo el estilo, para dar forma a ese cambio. Sin embargo, el tema se complica, y mucho, cuando ella decide que no sólo quiere apartarlo a él de su vida, sino que además cree que no es una “buena influencia” para la hija que tienen en común. En otra ocasión haré referencia a eso que conocemos como las buenas o malas compañías, pero ahora no es la adecuada.
Ella, ni corta ni perezosa, transmite su ocurrencia al papá de la criatura, con calma, decisión y rotundidad. Indica que no confía en que la niña esté bien cuidada cuando está en su casa, que duda de su capacidad para ejercer de padre, que siente “estrés” cuando piensa en los dos fines de semana al mes que no está con su niña. En definitiva, “él” no cumple con los requisitos para ser “papá”. Alguno podría decir, a este respecto, que ella podía haber pensado esto un poco antes, pero agua que no has de beber, déjala correr. La reacción de él no fue muy buena. Digamos que cuando a uno le dan esa noticia, es de esperar que la respuesta no sea muy positiva, y no se le ocurrió otra cosa mejor (porque no se había asesorado con un abogado, quizá porque no sabía que podía llegar a necesitarlo) que contestar al que fue “el amor de su vida” con lo siguiente: algo así como que su madre era una señora impía, de mala vida y un poco golfa (entendedme, no reproduciré aquí los sapos y culebras que este pobre hombre echó por esa boca), que no tenía derecho a hacer lo que estaba haciendo, y que si su intención era ir por las malas, irían por las malas.
Esa misma noche, se presenta en su casa (la de él, quiero decir, la de los padres de él) una patrulla de la policía. Los agentes llevaban en la mano una comunicación. Su “ex” le había denunciado por insultos y amenazas. Y automáticamente, el tiovivo se pone a girar.
Dos semanas más tarde llega el juicio, por supuesto, en los juzgados de violencia contra las mujeres (porque parece que la violencia sólo puede ejercerse sobre nosotras, tomad nota). Y la jueza estima que el peligro es manifiesto, que la mujer se encuentra en riesgo de muerte, y que es mejor para la menor no tener contacto con su padre. A partir de ese momento, el tiovivo sigue girando, y se firma la orden de alejamiento del que fue “nido conyugal”, se prohíbe el contacto con la niña y se fija el calendario de visitas: tres días al mes, con supervisión en un punto de encuentro familiar.
Todo esto en dos semanas. Interesante, ¿verdad? Con el tiempo que tardamos a veces los trabajadores sociales en dar diagnósticos profesionales en familias multiproblemáticas, y quizá lo que tendríamos que hacer es “derivar” a los juzgados, ya que allí, tal como parece, son mucho más “efectivos”.
Desde la aprobación de la Ley 12/2007, de igualdad entre hombres y mujeres, y la Ley 13/2007, de medidas de protección integral sobre la violencia de género, hace ya un par de años casi tres, cada vez son más las entidades, asociaciones y federaciones (principalmente de padres y madres separados), las que denuncian la desigualdad efectiva y manifiesta, tanto en su articulado como en su aplicación, y cómo ambas legislaciones desamparan y discriminan en función del sexo. La última de la que he tenido conocimiento es FADIE (Federación Andaluza para la Defensa de la Igualdad Efectiva), la cual ha emitido un comunicado de prensa a raíz de la intención de la Comisión de Igualdad en el Congreso de plantear una serie de modificaciones en la ley que se encuentra vigente. Para ello ha elaborado un informe en el que expresan esos “puntos de mejora”:
- Los delitos de maltrato cometidos bajo el efecto de alcohol u otro tipo de estupefaciente, conllevan un agravante específico (conflicto directo con el código penal, que marca esos factores como atenuantes).
- Impedimento de mediación familiar en los casos de maltrato, sin especificar su grado (no entiendo muy bien a qué se refieren con esto) y solamente si el mismo es ejercido por un varón y hacia una mujer.
- Cuando exista condena firme, “lo mejor” es retirar la custodia y el régimen de visitas con respecto al agresor, sin reconocer la temporalidad o reversibilidad de la medida.
- No se acepta el SAP (síndrome de alienación parental) en los tribunales de justicia. Qué curioso, porque fue una pregunta de examen en segundo de carrera.
- Se califica el impago de las pensiones como “violencia económica”
Con todo ello, se niegan derechos o se vulnera el ejercicio de los mismos, y esto es algo muy grave, y que se acerca peligrosamente a lo anticonstitucional.
Ni que decir tiene, que según mi punto de vista, toda aquella persona (hablo de personas, no de hombres) que ejerza un maltrato sobre otra ha de ser castigada, con todo el peso de la ley y con la contundencia que ésta permita. Y que al mismo tiempo, está la función de la prevención (muy nombrada pero poco seguida) y la sensibilización sobre estos casos, para que poco a poco dejen naturalmente de ocurrir. Pero (y aquí empieza la reflexión) ¿no hacemos con este tipo de actuaciones “normal” lo que no lo es en absoluto? ¿No generalizamos situaciones cuando hablamos de maltrato? ¿Y no conlleva esto una desvirtuación del hecho (deleznable en sí mismo) y de su tratamiento?
Porque, en mi opinión, ni todos los hechos que ocurren en los procesos de separación o divorcio han de ser constituidos como “maltrato”, ni el maltrato en sí se da sólo en esas circunstancias.

domingo, 7 de febrero de 2010

Algunos hombres y mujeres buenos, o de cómo cambiar las cosas está en nuestras manos…

Parece que finalmente la respuesta es que sí, estamos en crisis. Se trata ahora de una conclusión fácil, pero no tanto si echamos la vista atrás. Después de muchas excusas, divagaciones, alarmas justificadas o no, debates en el congreso y demás, todo el mundo, en general ha llegado a esa conclusión. En mi línea ha estado siempre el interés por construir, por tratar de ver los aspectos positivos de las cosas y como las crisis (como período de adaptación y cambio) pueden convertirse en nuevos comienzos. Lejos de juzgar si las cosas se hacen bien, mal o peor, a lo largo de estas líneas intentaré plasmar el trabajo de unos pocos, entre los cuales tengo el privilegio de encontrarme, que con tesón, buenas prácticas y sobre todo esperanza, enfocan todos sus esfuerzos en los que no tienen nada, ni siquiera algo que perder.
Soy trabajadora social. Siempre supe a qué quería dedicarme. No hubo dudas al respecto. Recuerdo cuando lo comenté en casa, y mi padre me dijo aquello de: “¿y no será mejor que estudies derecho? Eso sí que tiene salidas…”. Ahora, cuando hablamos sobre este tema, nos reímos. En estos últimos años, además de mi actividad profesional remunerada, vengo colaborando de manera activa y altruista en la defensa y promoción de mi profesión, y especialmente en su visibilidad en la sociedad. Y es que vivimos en una sociedad en la cual “lo bueno”, “lo deseable” tiene una clara proyección, todo el mundo puede verlo ya sea en televisión, publicidad, prensa… Sin embargo, las situaciones de necesidad, de miseria, de pobreza extrema, de analfabetismo, de exclusión y marginación social, se esconden. Son invisibles, al menos hasta que empezó a emitirse el programa “Callejeros”. Es curioso como algo que es apartado de la sociedad como algo feo, no deseable, incluso a veces desagradable, deja de serlo o comienza a estar presente cuando sale en la tele. Pero esta no es la cuestión.
Cuando esas situaciones de dificultad afectan a unos pocos, que además “se lo merecen” porque han elegido caminos muy poco recomendables, o bien son personas que “han tenido mala suerte en la vida”, las aislamos, las recortamos de nuestra realidad como si no existieran, porque si no las vemos habitualmente, en verdad no existen. Pero, ¿qué pasa cuando empiezan a afectar a gente de nuestro entorno más cercano? Cuando cada vez son más las personas que se encuentran en lo que denominamos “situaciones de vulnerabilidad”, ¿con qué medios contamos para superarlas?
Pues bien, aquí se encuentra el centro de mi argumentación. Y como sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, así nos luce el pelo. En España, según recoge la Constitución son la familia y la tercera edad los que han de tener garantizada la protección social. Esto se hace extensivo a otros colectivos, a pesar de no estar mencionados de manera expresa. Con la aprobación en 1985 de la Ley General de Régimen Local (pendiente de reforma), se establece como competencia de los ayuntamientos y diputaciones la prestación de servicios sociales, que serán graciables, según prioridades y cuya amplitud vendrá marcada por la dotación presupuestaria. Para solucionar este tema y otorgarle algo de seriedad y formalidad, se aprueba en el año 1988 el Plan Concertado de Prestaciones Básicas de Servicios Sociales, la “Biblia” para los profesionales de la acción social. En este plan se reconoce la existencia de un sistema público de servicios sociales, de carácter universal, estructurado en dos ámbitos: servicios sociales comunitarios (cercanos al ciudadano y con unas prestaciones básicas: servicio de información, valoración y orientación, SIVO; servicio de ayuda a domicilio, SAD; servicio de cooperación social, COSO; y servicio de convivencia y reinserción, CORE) y los servicios sociales especializados. Estos últimos son los equipamientos específicos, como residencias, unidades de estancia diurna, centros de drogodependencias, o centros de acogida para mujeres víctimas de maltrato. Al igual que en otros ámbitos, como educación o sanidad, la competencia de la prestación de los servicios la han asumido las comunidades autónomas, en virtud del artículo 149 de la Constitución. Este sistema de servicios sociales, se ha caracterizado, principalmente, por la falta de inversiones, tanto en recursos materiales como en medios humanos, para prestar estas ayudas, y ocurre que mientras iba dirigido a los “marginados”, pues no había tanto problema, pero ahora que son muchos más quienes reclaman estos servicios, hay problema, y es bien gordo.
Pero, ¿qué posibilidades tenemos entonces para afrontar la crisis? ¿Contamos con un sistema, una infraestructura que pueda soportar la demanda en alza de ayuda? ¿Estaremos preparados para lo que se nos avecina? Pues las respuestas a estas preguntas no son demasiado optimistas. El caso es que se trata de un sector que sufre continuos recortes de financiación, por no ser considerado tan importante como otros (los pilares del estado de bienestar, la sanidad y la educación) y que es ahora, cuando hace falta, cuando nos acordamos de que existe. ¡Qué falta de previsión, señores! Ahora que son miles las familias que solicitan ayudas de emergencia, que son miles las personas que no llegan a fin de mes, que no tienen para comer (porque para ver pobreza extrema no hace falta ir a África), ahora, nos planteamos si el sistema es efectivo.
Me empeño en pensar que esto será un punto de inflexión en la concepción del sistema de protección social (porque no sólo “somos” pensiones, somos mucho más) el cual facilitará que de ahora en adelante seamos mucho más precavidos y aseguremos el futuro de los que son más débiles, enseñándoles herramientas básicas para sobrevivir en un mundo cada vez más complicado.
En otro orden, pero siguiendo con la misma argumentación, tengo muchos compañeros empeñados en renegar de los inicios de mi profesión, de la caridad institucionalizada, la beneficencia y la filantropía, pues tiene su raíz en la base católica de la sociedad española. No me parece ni bien ni mal. Yo simplemente asumo que cuando el sistema público no llega y no da más de sí, es obvio que otras instituciones, de tipo religioso o de iniciativa social, traten de cubrir las carencias existentes, que son muchas. Una de las reivindicaciones históricas de la profesión ha sido (y sigue siendo, porque ningún partido político ha creído en lo que decimos) la aprobación de una ley general, una ley marco a nivel estatal que permita el ejercicio de un derecho básico de ciudadanía, el ser atendido por los servicios sociales, con los criterios de igualdad territorial que marca la Constitución. En tanto esto no ocurra, entidades como Cáritas, Cruz Roja o la ONCE, seguirán proporcionando la ayuda que el estado niega, o proporciona con más errores que aciertos.
Desde aquí, mi enhorabuena a los trabajadores sociales, en cualquier ámbito, ya sea público o privado, laico o católico, por “enseñar a pescar” a personas que a veces incluso dudan sobre su capacidad para sostener la caña…
Por cierto, por eso de los derechos de autor y tal, la foto apareció publicada en el dominical de ABC, el 26 de Diciembre de 2009. No puedo mostrar el reportaje íntegro, pero si podéis leerlo, merece la pena.