viernes, 8 de julio de 2011

De los tesoros robados, o de algo inquietante, por fin...

Eulalia irrumpió en la sala con los ojos desencajados. Con su pañuelo en la mano, y agitando los brazos como psicótica, se dirigió a Don Eusebio, que conversaba con otras feligresas un viernes por la tarde. Enseguida, todos hicieron un corro en torno a ella. Doña Brígida, cuyo cuello estaba rodeado de perlas en varias capas, se acercó con un vaso de agua y le preguntó: "Querida, ¿que ocurre? Parece que hubieras visto un fantasma". Eulalia, cuyo corazón se encontraba delicado después de varias operaciones, solo acertó a decir "Se lo han llevado", antes de desmayarse.
Atónita la audiencia, los cuchicheos, dimes y diretes aún continuaban cuando ella volvió en sí. Don Manuel, el médico, un hombre muy respetado estuvo presente e indicó: "Le tengo dicho, Eulalia, que no debe sofocarse ya que estos sustos no le van nada bien a su pertrechado corazón". Ella, con una mirada directa y un tono algo elevado para su habitual tono de voz, pero con la dureza típica de la gente del norte, afirmó: "Si usted hubiera visto lo que yo, no me hablaría de esa manera". Ella entonces comenzó a explicar que había acudido a la ermita, como cada jueves, a recoger la colecta y que, al abrir la reja, había descubierto que el santo no estaba. La ermita de San Roque, se encontraba en el monte abierto. Para acceder había que tomar un pequeño camino que salía desde el cementerio de la aldea. El camino, flanqueado por nogales centenarios en ambos lados era lugar frecuente de paseos y chismes de las mujeres que, ociosas, no encontraban mejor diversión. Al final, cerca del río, se ubicaba una pequeña laguna con nenúfares de color naranja, la cual era tan atractiva para los veraneantes para disfrutar de sus meriendas, como para los mosquitos en cuanto bajaba el sol. Todos ellos, siguiendo a Eulalia, se dirigieron a la ermita, para comprobar su razón. Y era cierto. La talla del siglo XI de San Roque con niño en brazos y perro expectante, había sido robada. Años más tarde se supo que el obispado había encargado una copia de la talla, que nunca sustituyó por la original para poner ésta a buen recaudo, no sé sabe muy bien por qué. Pero la historia aún perdura, pues nunca se supo quien fue ni que hizo con ella, y los niños aún juegan a detectives, tratando de averiguar qué ocurrió con San Roque.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/consejoeditorial/2011/07/08/moodys-no-ha-robado-el-codice-calixtino.html

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