sábado, 5 de marzo de 2011

De cómo las cosas están programadas para estropearse, o del no reciclaje...

Hacía ya tiempo que pensaba en cambiar mi cama. Algo destartalada con el paso de los años, necesitaba ya el descanso eterno. Es por eso que pensé en cambiarla, aunque siempre que puedo intento aprovechar lo aprovechable, por lo que me decidí a desmontarla para ver qué parte estaba aún sana y si el paciente merecía una segunda oportunidad. Y dicho y hecho. Destornillador eléctrico en mano, la pobre estaba desarmada en menos que canta un gallo, y allí destripada, me dispuse a analizar cada uno de sus componentes para decidir cual pasaba a mejor vida. Apenas diez minutos después, lo único que merecía la pena conservar era el somier "bodyflex", de lamas de madera en un excelente uso. Lo demás, lo donaría a una asociación de extoxicómanos que se dedican a la restauración de muebles. Y pensé que no era necesario hacerme con una cama nueva, sino que adquiriendo unas "simples" patas de plástico resistente podría quedar como nueva. Pero no todo es tan fácil como una puede pensar en un principio. Ahí empieza esta historia.
Me dirigí a unos grandes almacenes, de esos en los que puedes adquirir cualquier cosa, pensando que unas patas para un somier serían sencillas de encontrar. Primer error. Puntualización: en los grandes almacenes, no siempre se encuentra lo que una busca.
Un tanto desengañada, volví a una "gran superficie" plagada de familias que hacen un uso un tanto peculiar de su tiempo libre, madres con niños en los carritos metálicos de los supermercados tratando de conseguir que el día tenga 26 horas, padres despistados que se hacían los locos "perdiéndose" en la zona de audiovisuales, con 25 pantallas de televisión sintonizadas en el mismo canal y, de fondo, una musiquilla odiosa que incita más a la epilepsia que al consumismo puro y duro. Aseguro que fue un gran esfuerzo por mi parte esperar en el mostrador de información a que una señora cambiara un par de sartenes que decía que "no le iban bien". Cuando por fin me tocó el turno, tenía el número 92, le pregunté lo más amablemente que pude a la señorita del mostrador a ver si contaban entre sus artículos con unas simples patas adaptables para un somier universal. Me indicó, un tanto sorprendida, que lo desconocía, invitándome a pasar dentro de la "gran superficie", en la zona de "hogar" para comprobarlo por mi misma. Segundo error. Un tanto contrariada, hice de tripas corazón, y cuando llegué a la zona de "hogar" (artificial hasta decir basta) busqué y rebusqué, pero allí no encontré nada parecido. Volví a preguntarle a una señorita y me indicó muy cortésmente, que no disponían de patas para somieres, pero que con gusto me mostraría el surtido de canapés, estructuras de cama, colchones y somieres articulados de última generación. Puse cara de susto y salí corriendo.
Pasaron un par de día hasta que me recuperé completamente de ese trance, y como persona decidida que soy, volví a insitir, esta vez en una ferretería de barrio. Tercer error. El hombre, panzudo y medio calvo, me contó que lo que me proponía era absurdo. Que esas patas no se venden por ahí, que no es nada fácil encontrarlas, y añadió "si no te importa perder el tiempo buscando" mientras cambiaba de lado el palillo que llevaba en la boca. Contrariada de nuevo, a la puerta del establecimiento, encendí un cigarrillo y mientras paseaba sin rumbo, levanté la vista y lo ví claro. Una tienda especializada, Flex Confort. Allí no podrían decirme que no. Y efectivamente, cuando le comenté a la señorita lo que estaba buscando me dijo: "pues has tenido suerte, creo que me quedan algunas en el almacén". Sonreí, salté, hice la señal de victoria (ella no me veía, estaba en el almacén) y cuando vino y las trajo pensé: "ahá, he ganado". Todo eso hasta que paso el código de barras por esa maquinita del demonio y me espetó: "el precio son 40€ el pack de cuatro, como lo ves?". Tuve que sentarme. Y entonces me desahogué, le conté todo lo que había pasado y mi incredulidad ante la situación, que yo quiero a mi planeta y que lo único que intentaba era reutilizar, reaprovechar y evitar los residuos, y así entre sollozos me sacó un kleenex y me dijo: "no estás sola". La miré extrañada y mientras me sonaba los mocos me contó lo siguiente:
"Mira niña, no eres la única que ha pasado por esto. Son muchos los infelices que piensan que pueden reutilizar los somieres, pero se equivocan, no es tan fácil. Porque todo está preparado para que cuando quieras cambiar tu cama, te sea más sencillo cambiarlo todo (canapé, colchón y estructura), que pensar en reutilizar. Es más, aquí vendemos unos 20 conjuntos al mes, y eso en un mes normal, y en el último año, las que tú me has pedido van a ser las primeras patas que vendo, apenas se fabrican porque se orienta al consumidor para que se decante por el pack completo. Este es el mundo en el que vivimos."
Le doy las gracias a esta señorita por abrirme, un poquito más, los ojos. Y si los queréis abrir vosotros, aquí os dejo un aperitivo...
http://www.rtve.es/noticias/20110104/productos-consumo-duran-cada-vez-menos/392498.shtml http://www.decrecimiento.info/

2 comentarios:

  1. Que magnífico post Angélica!!!

    Es cierto, la obsolescencia programada corroe la sociedad en silencio. Aplaudo tu afán reutilizador, muy de acuerdo con la filosofía de "aguantar lo que viene".

    De verdad, me ha encantado.

    Un abrazo

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