martes, 4 de enero de 2011

Los conflictos intergeneracionales, o la ley del embudo... Segunda parte.

En alguna ocasión he hablado aquí de la generación ni - ni. Hoy no voy a hacer referencia a ella, sino más bien a ese otro grupo de jóvenes que conforman la otra cara de la moneda. Son un grupo, bastante numeroso, por cierto, de personas cualificadas, pero poco reconocidas, preparadas, a las que sin embargo pocos están dispuestos a dar una oportunidad. Jóvenes (y jóvenas, como diría alguna lumbreras) que no suelen salir en los medios, más que cuando se reflejan las estadísticas de la EPA, se relatan noticias referentes a botellones y los problemas de ruido con los vecinos, o disturbios en discotecas y accidentes de tráfico después de malas noches de "fiesta". Lo que no suele salir en los medios es que este grupo de jóvenes constituye la generación mejor formada de la democracia, que hablan idiomas, que se desplazan al extranjero para alcanzar unas metas que se les niegan en su país de origen, personas sobradamente preparadas para enfrentarse a los acontecimientos, y que sin embargo rara vez tienen oportunidad de demostrarlo. Un grupo que supone un 40% de las personas desempleadas en un país incapaz de acoger mano de obra cualificada, y que se ven obligados a ocupar puestos de otros perfiles profesionales (desplazando por tanto a quienes podrían cubrir estos últimos). Es la llamada sobrecualificación, que últimamente y cada vez más se asocia al infraempleo, mientras los responsables políticos idean alguna fórmula magistral (que nunca llega) para que esto deje de ocurrir.
Esto, que de por sí ya es un drama, no tiene visos de mejorar, sobre todo si miramos a largo plazo, cuando ninguno (o casi) de los que se hayan marchado, estén poco o nada predispuestos a volver. ¿Y qué haremos entonces? ¿De qué sirve invertir en formación si la "recaudación" se la llevan otros? Se supone que entre los 25 y 34 años (aproximadamente) son los años en los que más se rinde, laboralmente hablando, hasta conseguir una estabilidad (acompañada de nacimiento de hijos y demás convenciones). En esta época uno es "explotable", con la motivación de que llegarás a más en un plazo determinado y conseguirás cierta seguridad (que cada vez es más insegura).
Y si esto fuera poco, a ello hay que unir las recientes modificaciones en el sistema de pensiones. Esas "modificaciones sin importancia" que la generación anterior está dispuesta a llevar adelante, pese a quien le pese, rompen conceptos como la igualdad, o los derechos adquiridos. ¿Es que a nadie le importa? Y veremos en las noticias, los próximos días de fusiones de cajas y demás, como se incrementa el número de prejubilaciones forzosas e indignas, mientras otros son condenados si juicio previo. Pero tranquilos, tan sólo nos quedamos con una lectura: que se disparan las matrículas en centros de idiomas. Esto que se ha planteado como algo curioso, no tiene ninguna gracia. Os lo aseguro.
Resulta triste ver como la generación de nuestros padres, que fue capaz de muchos logros que todos reconocemos, tiene una asignatura pendiente para la cual, por el momento, no hay solución. Empezamos a construir la casa por el tejado y ahora nos pasa lo que nos pasa. La juventud es el futuro y hay que cuidarla: ¿qué nos espera sin ellos? Mientras no demos a cada cual el sitio que le corresponde, seguiremos sin entendernos, y esa brecha intergeneracional cada vez se hará más grande: ¿igualdad? ¿justicia?
Ya veremos como avanza el panorama, pero por el momento la cosa pinta regular. Habrá que esperar a que amaine el viento...

No hay comentarios:

Publicar un comentario