lunes, 26 de julio de 2010

La juventud revolucionaria, o de medios y fines..

Conocí a Sebastièn hace diez años. Hijo de inmigrantes españoles, nació en La Courneuve, una pequeña villa cerca de Saint-Denis. Desde niño le gustaba la música. Tenía una extraña facilidad para la composición musical, aunque también contaba con una buena mano para el dibujo y la pintura. Su profesora de piano, mademoiselle Camille, siempre le decía que, con dedicación, podría convertirse en una gran figura. "La victoire appartient à plus de perseverant" era la frase con la que terminaba todas y cada una de las clases. Pero la tenacidad no era una de sus virtudes. Perdía el interés con mucha facilidad. Era una persona muy volátil, por lo que alternaba trabajos que no requerían cualificación a media jornada, con su faceta de trovador, aventurero y sinvergüenza.

Colaboraba eventualmente en un sindicato, la Confederación Francesa del Trabajo (CFDT), y llevaba con orgullo el poseer un desmedido sentido de la justicia. Su mejor amigo, Jean Luc, fue quien le introdujo en ese mundo, pues era precisamente esto último lo que tenían en común. Él compaginaba sus estudios de doctorado en Sociología en la Université Vincennes de Saint-Denis, con un trabajo a media jornada como contable en una tintorería. Sus padres, de origen belga, vivian en el sur del país, en una casa de campo cerca de Toulouse, de la que el se marchó apenas hubo cumplido los 18 años. Estuvo en Barcelona, en Hyères, en Génova, Milán, Basel, Aachen, Rotterdam y Rouen, para terminar en Saint-Denis catorce años después. Su madre solía decirle, al tiempo que movía el dedo índice en signo de reprobación: "Tu avais besoin de te trouver tant à toi même que tu as terminé dans le point de départ". Obviamente, ambas eran personas completamente opuestas lo que hacía que tuviesen una relación más bien distante.

Esa misma mañana de lunes, amanecía como cada día, con las noticias de la RFI y en ambos la cara de sorpresa por las últimas declaraciones del primer ministro, anunciando la creación del CPE. Durante las dos semanas siguientes, estuvieron participando en la organización de distintos actos de protesta, los cuales se sucedían uno tras otro, con el apoyo de multitud de entidades, mientras Sebastièn, en sus ratos libres, le ayudaba con el diseño de las pancartas para las manifestaciones. Se acercaba el gran día.

Y por fin, llegó. El 7 de Febrero, Sebastièn y Jean Luc marchaban detrás de sus pancartas, convencidos de que otra forma de hacer las cosas era (y es) posible. Alrededor de 400.000 personas se unieron a la concentración, personas que pensaban lo mismo, al menos sobre este asunto. Ambos estaban orgullosos, pues la concentración había sido tal como se había diseñado: contundencia en el discurso, cero disturbios. Era un buen comienzo.

Ante la negativa a retirar el CPE, continuaron las manifestaciones. Éstas, parcialmente desvirtuadas y sin contar con el objetivo claramente marcado, se volvieron violentas y fueron vías de escape para otras frustraciones. Así, el 24 de Marzo, Sebastièn y Jean Luc, iban con el mismo entusiasmo que la primera vez, y con el mismo objetivo. Según avanzaban por la Rue de Constantine, Jean Luc se sintió extraño. Demasiada gente y demasiado ruido. Tomó por el brazo a Sebastièn y le dijo: "Algo no va bien. Espera." Había muchos medios, nacionales e internacionales y todos ellos estaban frente al Museo de Historia Contemporánea. Cuando doblaron la esquina para embocar la Rue de Grenelle, Jean Luc se fijó en una fotógrafa. Rubia, alta y bien parecida. Pero no fue eso lo que le llamó la atención. Un grupo de personas se dirigieron hacia donde ella estaba, junto con otros compañeros. Del grupo salió de pronto un hombre corpulento, que le agarró la cámara que llevaba colgada al cuello, y la tiró al suelo. La masa gritaba de un modo ensordecedor y parecía haber enloquecido. Chavales con mascarillas anti-gas arrojaban cóckteles molotov a todo lo que encontraban a su paso. Encapuchados y ocultando el rostro, se enfrentaban a los antidisturbios armados con palos y restos de señales de tráfico. Sebastièn, al ver aquello se dirigió inmediatamente a ayudar a la periodista, pero Jean Luc se lo impidió. "Tenemos que irnos de aquí, como sigan así ya verás de qué forma va a responder la policía.".

Sebastièn se sentía culpable. El no haber podido ayudar a la periodista pesaba en su conciencia, pero aún más el ver como algunos compañeros perdían los papeles (y de qué forma). Cuando llegaron a casa, la televisión calificaba de "masa incontrolada y violenta" la protesta pacífica que habían ayudado a organizar durante las últimas semanas. "¿Qué ha pasado, Jean Luc? ¿A qué ha venido todo eso?". Jean Luc, cabizbajo, liaba un cigarro. No dijo nada. Al final de la jornada, los telediarios mostraron lo que había ocurrido: 60 personas heridas y 420 detenidas.

Pasaron tres semanas hasta el anuncio oficial del primer ministro sobre la retirada del CPE. Argumentó para ello "la amenaza a la seguridad" y lamentó que no se "hubiera entendido" su propuesta. Ese mismo día, Sebastièn y Jean Luc tomaban unas cervezas en un bar cercano a Vielle-du-Temple. Algo había cambiado, ambos estaban pensativos (más de lo habitual). Habían conseguido el objetivo, pero no del modo que hubieran pretendido. Y el hecho en sí, marcó sus vidas más de lo que ninguno de ellos hubiera imaginado.

Jean Luc ya no colabora con el sindicato. Ahora se dedica principalmente a temas de inmigración a través de asociaciones y movimientos ciudadanos en acciones de sensibilización contra la violencia. Sebastién abandonó el país. Ahora vive y trabaja en Menorca, cerca de Cala Pregonda, sriviendo "mojitos revolucionarios", pero siempre en son de paz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario