domingo, 11 de abril de 2010

Los usos del tiempo, o las fuerzas revolucionarias...

Ayer estuve viendo un reportaje sobre el Dalai Lama que me hizo pensar. Al igual que hizo Gandhi en su día, existen gran cantidad de hombres y mujeres que a lo largo de la historia se han fijado una meta, un objetivo sobre el cual radicaba la consecución de la felicidad, entendiendo esta última como un sentimiento de plenitud, de satisfacción vital. Estas metas han sobrepasado la persona, y sus logros han revertido en el conjunto de la sociedad, y han contribuido considerablemente a la mejora de su funcionamiento. La detección de los problemas de la sociedad en la que vivimos es, por desgracia, una actividad a la que no muchos le dedican tiempo. Y no les culpo. Las dinámicas laborales, familiares, de deseos, anhelos, esperanzas, necesidades consumistas y alcanzar los objetivos que nos marca la sociedad como deseables, dificulta que nos paremos y pensemos acerca de unas sencillas preguntas: ¿qué queremos? ¿qué necesitamos? Estamos irremediablemente inmersos en esa maraña de obligaciones y devociones, de exigencias y explicaciones, y es tal esa "fluidez" en la que nos movemos, que se difuminan nuestras pretensiones sobre el mundo, y lo que es aún más importante, sobre nuestra propia vida. Hace no mucho tiempo, una compañera me contaba un caso real y trascendental, además de extraño, por su excepcionalidad. Se trataba de un padre de familia, el cual había perdido su puesto de trabajo. Acosado por la deudas y por las exigencias de su mujer e hijos, los cuales pienso que debían sentir esa misma exigencia a nivel extrafamiliar, había abandonado el domicilio conyugal. En el despacho describía su situación como de "frustración personal, incapacidad de afrontamiento, necesidades personales no resueltas", lo que se puede definir como insatisfacción general consigo mismo y con la vida que llevaba. Por supuesto, no justificaré nunca semejante acción, tanto por las consecuencias que acarrean, como por el convencimiento de que su mujer se enfrentaba a los mismos sentimientos, aunque ordenó sus prioridades de manera distinta. Pero si que alcanzo a entender que la insatisfacción general, las exigencias personales, familiares y sociales (en ese mismo orden) a veces nos llevan a tomar decisiones precipitadas en la búsqueda (que todos tenemos) hacia la felicidad. Como digo, el fin jamás justifica los medios, pero entiendo que antes de ser padres, madres, hijos e hijas, hermanos o hermanas, amigos o parejas, somos personas. La individualidad personal en estos últimos tiempos, ha venido a tacharse como algo negativo, no deseable, e incluso dañino para el bien común. Pues bien, frente este argumento, yo defiendo firmemente que si cada unos de los componentes del grupo, cada una de las piezas del rompecabezas social en el que todos estamos inmersos, se siente satisfecho, esa satisfacción revierte en todos los demás, conformando una red invisible y permitiendo las transferencias comunicacionales que mejoran y benefician las sinergias que se producen entre los individuos. Dicho de manera coloquial, cuando uno está bien, transmite esa sensación a todos los que le rodean. Pero volvamos de nuevo a los objetivos personales, a la metas individuales. Son esas en las que uno piensa cuando acaba de acostarse: las cosas que le gustaría hacer, donde le gustaría a uno llegar, las aspiraciones personales, que mueven el mundo y lo modifican para que éste se adecúe a lo que para cada uno de nosotros es deseable. La clave: la determinación, la confianza en uno mismo, el convencimiento de que algo mejor es posible y que se encuentra a nuestro alcance. Lo único que hay que hacer es definir qué es lo que queremos y las cosas que haremos para conseguirlo. Estoy convencida de que Gandhi no pensaba en la repercusión de sus actos y de lo que vendría con ellos, y eso le hace aún más merecedor de mi reconocimiento. La incertidumbre de si lo que hacemos servirá para algo o no, no debe condicionar el convencimiento que ha de tenerse sobre una idea, un principio, o un objetivo. Porque lo que marca la diferencia entre alcanzar una meta y no hacerlo, es el uso del tiempo que empleamos para esto mismo. Porque eso es lo único que tenemos, y puede convertirse en nuestra mejor inversión.

2 comentarios:

  1. Me temo que voy a disentir hasta cierto punto... yo creo que hasta ahora se ha premiado el individualismo competitivo, vamos el "ser el mejor, el primero"... creo que eso ha sido fuente de bastante frustración para los "segundos...".

    Una cosa si que es cierta, cuando se vive deprisa apenas da tiempo a pararse para saber donde está la meta...

    Saludos

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  2. Quizá genera frustración a ambos, a los primeros por no saber ganar, y a los segundos, porque nadie les ha enseñado a que a veces se pierde.

    No me referia tanto a ese individualismo "pisacabezas" sino más al que se refiere a aspiraciones personales, objetivos y logros que son importantes para una persona en particular. Quizá hubiera sido más correcto hablar de "particularismo", así no daba lugar a equívoco..

    Siento la confusión..

    Saluditos

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